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¡QUIÚBOLE! / ADIÓS MIGUEL / por: Hilaria Melenas

¿Te imaginas dentro de 30 años a Rafa Márquez vendiendo periódicos frente a la Catedral de León? O piensa en el Gullit Peña ayudando en un puesto de dulces típicos afuera de Del Sol junto a la fuente de Cri-Cri. O al Mauro Bosselli ofreciendo cachitos de Lotería a un costado del Patrocinio de María en el Centro de León.

Todos son trabajos dignos, pero tratándose de futbolistas hoy este planteamiento parece una vacilada.

¿Y esto qué tiene que ver con futbol? Inauguro mi colaboración en Contrapuntonews aclarando que ciertamente la que escribe no es especialista en deportes y menos en el de las patadas. Pero sí conocí a un jugador del Club León que los últimos años de su vida se dedicó a vender periódicos, dulces y billetes de lotería en el corazón de esta ciudad zapatera. Me refiero a Miguel “El Mulo” Gutiérrez, quien falleció la semana pasada a los 84 años.

Yo jamás vi jugar a El Mulo, pues su época dorada fue entre los años 50´s y 60´s, tiempo en el que yo existía solo en el mundo de las ideas. Incluso mi papá se acuerda vagamente de que don Miguel le hacía honor a su apodo, porque era fuerte, un roble, una mula pues. El Mulo fue contemporáneo de Antonio “La Tota” Carbajal con el que compartió cancha y compadrazgo. También fue seleccionado nacional en los mundiales de Suiza y Suecia más o menos para esas fechas.

Conocí a don Miguel 50 años después de que anduvo corriendo en el Estadio La Martinica cubriendo a el “Chicho” López, defensa del Oro de Jalisco, y medio siglo después de que formara parte de los ídolos del Club León que hoy, si bien les va, ya solo están en la memoria de algunos aficionados y los más suertudos como Carbajal, en murales de grafiti artístico en las calles de la ciudad.

Cuando supe hace casi 10 años que ese señor, cabecita de algodón, había sido futbolista, me sorprendí. ¿Cómo un exseleccionado nacional del futbol mexicano ahora vende periódicos? El asombro aumentó cuando me enteré de que él solo era ayudante del dueño del puesto. Por azares del destino, inicié una amistad muy fregona con don Miguel, que me hizo descubrir más allá de un exfutbolista, a un tipazo, un grande.

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Coincido con La Tota, que hace unos días me decía que generalmente cuando alguien fallece se dice que era una extraordinaria persona, pero en este caso quienes conocimos a don Miguel, sabemos que aquí sí aplica. También me comentaba que El Mulo nunca recibió el reconocimiento que se merecía por su trayectoria, y aunque estoy de acuerdo con él, yo creo que don Miguel era un hombre tan sencillo que jamás esperó que sonaran fanfarrias ni tocaran bombos y platillos en su honor. En eso radicaba su grandeza.

Ayudaba en el puesto de revistas, de los dulces y de la lotería por gusto. Desde hace varios años se jubiló de la Coca-Cola, donde trabajó después de retirarse del futbol. Enviudó hace más de 40 años y sin temor confesaba que aún seguía enamorado de su esposa, motivo por el que no se volvió a casar. “Si me quedo en mi casa, me muero”, solía decir El Mulo, cuando le preguntaba por qué dedicaba su tiempo a ser comerciante en el centro.

Don Miguel tenía una memoria fotográfica. Recordaba anécdotas como si se transportara en el tiempo. Tenía presentes nombres, lugares, fechas, detalles. Como si fuera ayer. Tenía muy presente que en el mundial de Suecia en 1958 saludó y le dio un abrazo al rey Gustavo, sin saber que esa muestra de afecto al jerarca estaba prohibida. Al día siguiente la prensa publicó que El Mulo rompió el protocolo y la imagen de una mula con una corona en la cabeza.

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Todavía se le enchinaba la piel cuando contaba que en el mismo mundial él y el resto de los jugadores de la selección, se hicieron amigos de un negrito que empezaron a usarlo como utilero y aguador, pero al regresar a México, el muchacho les agradeció con lágrimas su amistad y por haberlo tratado como un ser humano sin distinción de jerarquías. Se enteraron que el aguador era el principie de Etiopía. “¡Nombre hijo, qué sorpresa, y nosotros que lo traíamos cargando las cubetas con agua!”, contaba.

Antes de ser futbolista, cambió su trabajo donde ganaba a la semana lo que en el Club León le pagaban al mes, consideraba un honor formar parte del equipo esmeralda. Decía que en sus tiempos no jugaban por dinero, sino por amor a la camiseta, entregando todo en la cancha. Incluso su medio de transporte, al igual que el resto de sus compañeros, era el camión urbano. Qué esperanzas de ver a Rafa Márquez, El Gullit, Boselli, bueno hasta los que se la pasan en la banca, viajando en la oruga.

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Sin duda, lo voy a extrañar. Siempre educado, atento y alegre. Los últimos 5 años trabajó con don Luis vendiendo cachitos de lotería en la esquina de las calles Hidalgo y Álvaro Obregón, donde guardaba en el exhibidor como tesoro, un folder con fotografías y recortes de periódico de sus tiempos como jugador.

Era feliz compartiéndolo con cualquier persona que lo reconocía y le preguntaba sobre su vida. Pero también se interesaba por saber cómo estaban los demás. En el tiempo que lo conocí, nunca lo escuché hablar mal de alguien.

El 1 de febrero El Mulo jugó su último partido en la tierra. Pero estoy segura de que lo recibieron en las canchas de la eternidad como lo merecía un grande. Adiós don Miguel, adiós amigo.

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