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LA VICTORIA EN PIES AJENOS

LEÓN, GTO.- Un puñado de hombres pusieron en alto la ciudad en la que vives ¿cierto?

Individuos preparados y motivados para lograr sus objetivos te llevaron al máximo esa tarde de domingo.

León es campeón del futbol mexicano y ah… qué bien se sintió, qué bien se siente y qué bien se reciente.

¿Esperaste qué… 21 años para saberte el mejor en algo?

Posiblemente fuiste de esos miles que tomó el botín para gastarlo en una sola noche de claxonazos, o de esos que aprietan el corazón para guardar un buen espacio de gloria.

Cualquiera que fuera el caso, estuviste allí, sufriendo, pagando, mentando y festejando.

Quizá y hasta saliste a la calle para sentirte parte de una maquinaria perfecta.

Tocaste la hermandad, levantaste la copa e hiciste más de cien veces leña del árbol caído.

¿Te acuerdas? Ibas por el bulevar Adolfo López Mateos encajando, siendo parte de un triunfo, de una familia que quizá jamás sentiste tuya, pero que toleraste por la ocasión.

Los días que vienen serán los mejores, la vanagloria tapizará los centros de trabajo y tu fanatismo engrosará el bolsillo de uno que otro rico de papada promitente.

Pero te vale madres ¿no?, tu equipo es el campeón del futbol mexicano y eso nadie  te lo quita.

Pa qué cuestionar a los Matosas, o a los Martínez,  mucho menos a Carlos Slim. Los resultados ahí están, son tangibles y, sobre todo,  te hacen feliz.

El punto aquí, es que ese tipo de victorias no puedes, ni debes, dejarlas en el anecdotario.

Deben ser una especie de manual para llegar a ser “la riata” en lo que hagas.

Desde el más humilde recolector de basura hasta el wey con los más altos convenios de negocios.

Esta ciudad es mejor con el espíritu a galope, con la música en el corazón, con la sangre  corriendo por todos lados.

Habrá que tratar a la vida, siempre, como una final, como un marcador adverso que te lleve de la derrota, a la más inimaginable de las victorias.

Lo peor que puede pasar, es que el festejo sea simplemente eso, una especie de pachanga con fecha de caducidad.

Tienes que dejarla entrar a los huesos, hacerla parte de tu temple, de tu código de caza.

Permítete pues, ser cliente de la derrota, para después  reclamar el triunfo, tuyo o colectivo.

Hoy eres un campeón en pies ajenos, mañana deja caer tus garras en la arena que te toca.

Tu banda y la ciudad te lo agradecerán.

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