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UN ASESINO EN SERIO / por: Gerardo Mares

La fascinación que ejerce el asesino serial en las sociedades contemporáneas ha rebasado cualquier límite; nada más para comprobar lo anterior, baste una pequeña espulgada en la red para encontrar la inmensa cantidad de documentales, fichas técnicas, ensayos y sitios de diverso calibre; desde los más pinchurrientos hasta algunos otros; muy pocos, por cierto, dignamente documentados… Esto pudiera deberse al claro componente ritualístico que subraya la saña y nivel de psicopatología que evidencian los exámenes forenses en todas las víctimas, elementos que han permitido su extensión a la pantalla de cine cuya proliferación de producciones realizadas en diferentes partes del orbe, ya lo podrían calificar como un género. Salvo algunas penosas excepciones, el retrato de las correrías de estos iconos cinematográficos a pesar de mostrar un patrón reconocible que cae con frecuencia en el formulismo, esporádicamente es capaz de reinventarse mostrando una adaptabilidad fuera de lo convencional, con historias que mantienen al espectador al filo de la butaca.

Basada en acontecimientos reales, Crónica de un asesino en serie es una puntillosa y socarrona recreación no del todo fiel a un hecho de nota roja acaecido en la provincia de Gyeonggi, cerca de Seúl, en Corea del Sur previo al boom económico que catapultó al país al selecto grupo de las economías emergentes. Concentrándose en narrar los esfuerzos de la justicia para dar con el paradero del criminal, la película construye una sutil paradoja de este acceso al primer mundo, ya que a la perfecta planificación y repetición mecánica de los homicidios dejando muy pocas pistas o cabos sueltos, se intentan oponer protocolos de investigación forense o las mismas pesquisas desarrolladas de manera descuidada y hasta se puede decir que primitivas; quien sabe porqué, muy parecidas a las utilizadas por los judiciales mexicanos en el pasado reciente. En un entorno degradado y miserable, la angustia de la comunidad se vuelve extensiva en parte por la barbarie de recursos extremos como el tehuacanazo, la patada voladora o la creación de chivos expiatorios aplicados por un par de brutos, síntomas inequívocos de impotencia e inoperancia institucional. Sin embargo su redención ante el espectador proviene de una caracterización verosímil y un soberbio trabajo de actuación, con gestos inusuales como ser capaces de conmoverse ante el dolor ajeno, indignarse al constatar las evidencias de mujeres mancilladas en condiciones abyectas y hasta encabronarse por sus propias limitaciones intelectuales, ya rebasados por completo.

Esta brutalidad criminal no registrada anteriormente, obliga a un detective de Seúl a sumarse al caso como voluntario, pero las condiciones sociales del final de la dictadura militar no son las adecuadas para llevar a cabo una vigilancia mínimamente decente en medio de apagones y toques de queda que afectan una investigación que se dirige sin remedio, al abismo. Así, no sólo es la ineptitud de la propia policía rural que fracasa continuamente en la identificación del homicida de psique retorcida; abona también un franco desconocimiento de la naturaleza de estos seres marginales; un clima político enrarecido; la desconfianza entre los elementos hacia sus propios recursos o procesos de investigación claramente opuestos; una pertinaz lluvia que borra constantemente las pocas evidencias dejadas por el merodeador; una autoridad que nadie respeta y temida debido a su arbitrariedad, burócratas con una vaga noción de compromiso para llevar la indagación por los cauces adecuados; el contagio de un clima de histeria colectiva en lo que parece ser los márgenes del infierno et al. A pesar de estar ubicada en una hermosa campiña, la ambientación recreada por Joon-ho siempre manifiesta señales de descomposición de la naturaleza, con un relleno sanitario humeante como su máximo representante. El lodo, la espesa vegetación de un colorido sombrío, la deficiente iluminación pública y hasta el mísero caserío digno para una película de Buñuel, se erigieron como factores abrumadoramente ominosos; la indagación pseudocientífica pues, no tiene cabida en este feudo de terror.
La película refuerza una sensación de trayecto al averno al estilo Mississippi Burning (Alan Parker. 1988) donde lo que menos importa ya, es la reinstauración de la Ley y el Orden sino una particular sed de venganza en contra de un sospechoso; un contagio de podredumbre moral donde “los buenos” son capaces de aplicar la ley fuga para dar caza a un asesino de plano por las malas. Por supuesto, un punto de referencia importante para el ejercicio de estilo es la manifestación del temor colectivo; psicosis social y política cuya influencia directa proviene de M, el vampiro de Düsserldorf (Fritz Lang. 1931); además de chacotear con ciertos elementos fantasiosos del thriller psicológico como la sobrenatural capacidad empática de Will Graham, Clarice Sterling y Hannibal Lecter, personajes surgidos de la pluma de Thomas Harris y que popularizó esto de los asesinos seriales en el mundo de las letras. El filme, a contracorriente de los convencionalismos reconfortantes, no ofrece respuestas, final feliz o soluciones catárticas para el espectador: en un giro argumental anti-climático, el monstruo se desvanece de la misma forma como apareció, como una sombra que marcó para siempre el destino de tres policías e hiriendo de gravedad la memoria de una comunidad con sus horrendos actos.

Crónica de un asesino en serie (Salinui chueok)/ D: Joon-ho Bong/ G: Joon-ho Bong y Kwang-rim Kim/ F en C: Hyung-ku Kim/ E: Sun-min Kim/ M: Seong-hie Ryu/ Con: Kang-ho Song, Sang-kyung Kim, Roe-ha Kim, Jae-ho Song, Hie-bong Byeon/ P: CJ Entertainment, Muhan Investment, Sidus Pictures. Corea del Sur. 2003.

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