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EL DIABLO METIÓ LA MANO

Macabra la mano del diablo (1981) es el título de una de las escasas coproducciones entre las industrias fílmicas de México y los Estados Unidos; una cinta de presupuesto paupérrimo que no aportó mayor esplendor al género de terror maquilado en el país y que ni siquiera logró alcanzar la mitificación de culto gracias a su estética rascuache. La única ganadora de este despropósito fue la ciudad de Guanajuato que acrecentó su leyenda como escenario fílmico para el relato de corte fantástico.

Esto que pudiera parecer anecdótico, a lo mejor no lo es tanto, dado el antecedente que ya se había reventado Sam Raimi en su bufonesca reelaboración de Evil Dead, la que tiene que ver con la batahola entre una mano poseída por espíritus chocarreros y el personaje interpretado por  Bruce Campbell… casi podría asegurar que el equipo que rodó The Possesion, se reventó completita el exótico churro de Alfredo Zacarías y encontraron la “inspiración” necesaria para elaborar, one more time, las andanzas ultra cárnicas por parte de demonios al estilo y gusto del realizador de la alucinante Darkman (1986).

Entonces, si hemos de atenernos a la teoría del autor cinematográfico, la película refleja más bien detalles de la inventiva del insigne productor, que una hipotética visión del ya no tan desconocido realizador danés Hans Ole Bornedal quien se erige como un simple compilador de secuencias que le son absolutamente ajenas, esto debido a la proclividad de meter más mano de lo aconsejable de ciertas figuras… Analizada desde este ángulo, entonces no es raro que la película sea una curiosidad dual, en un buen tramo desangelada, rutinaria, monótona y aburrida; de una frialdad que afecta al ya de por si reiterativo affaire de endemoniados desatados. Y por otro lado, nos obsequie situaciones excesivas decorosamente inquietantes, ya sea enfocadas a la revelación del misterio o las manifestaciones de los demonios en el interior de los poseídos, se diría una de las psicotronías del cineasta más acreditado ante los ojos del cinéfilo conocedor.

Lo raro del asunto es que sea el tráiler disponible en Youtube quien anticipe toda la substancia de la trama y el que obliga a considerar el filme. Al menos no se le puede acusar de mentiroso; las pocas secuencias de interés que impiden que este filme se estanque en el tedio están presentes en el avance y que la constituyen en una especie de cortometraje, con el suficiente descaro para develar el leitmotiv de la trama, que no es otra cosa que una entidad invasiva dentro del cuerpo de una niña, en un coqueteo con el terror orgánico más propio de filmes como Hellraiser (1987), por ejemplo, sin llegar al nivel de sus execraciones y truculencias.

En una variante distanciadora, estos diablillos de pacotilla ya no son producto del monopolio católico inventado por el terror clásico, ahora son creaturas que emergen del lado oscuro de la religión judía cuyo único antecedente que yo recuerde, se exhibió no hace mucho en el fallido experimento de David S. Goyer, La profecía del no nacido (The Unborn. 2009) y que recreaba el rito de expulsión o exorcismo según la tradición hebrea;  que si a esas vamos, luce igual de estridente, gutural, caótica y en algunos lapsos, además de inverosímil, de dudosa eficacia.

Concebida para explotar el nombre del ubicuo cineasta norteamericano en su faceta mercachifle junto con el indescriptible refrito El Despertar del Diablo, de discreto impacto en taquilla en una circulación casi clandestina, esto debería prevenir al espectador como advertencia de la muy probable baja calidad de un imaginario personal (propiedad de Sam Raimi, por supuesto) que ya estaba prácticamente agotado en sus secuelas oficiales…

The Possession (La Posesión)/ D: Hans Ole Bornedal/ G: Juliet Snowden y Stiles White/ F en C: Dan Laustsen/ E: Eric L. Beason y Anders Villadsen/ M: Anton Sanko/ Con: Jeffrey Dean Morgan, Kyra Sedgwick, Natasha Calis, Madison Davenport y Matisyahi/ P: Ghost House Pictures, North Box Productions. EUA. 2012.

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