De inicio, los primeros acordes de la melodía Desierto podrían remitirnos al sonido característico de las baladas escritas por el grupo venezolano  Los Terrícolas o algún alucinado score de Gustavo César Carreón para un filme de género mexicano. Intuyendo esas mismas posibilidades, el corto de ficción que acompaña a la rola parecieran hacer referencia a ese preciso cosmos; la gran diferencia  es que tanto música como clip son productos cuidadosos tanto de la forma, y en caso particular de  la imagen, manifiesta una sorpresiva evolución en la narrativa fílmica de León Calleja, un autor más bien enfocado e interesado en la experimentación con fuertes lazos en la imaginería pánica.

Parecería contradictorio, pero el realizador ha logrado pulir una caligrafía convencional al participar en esta clase de productos audiovisuales, sin perder nunca su sello personal; como lo manifiesta a cabalidad Desierto. Dueño de un notable sentido para la puesta en escena, su expresividad se ha enriquecido al montar certeros movimientos de cámara que logran inducir al espectador en la psique torturada de un personaje abatido por los celos, un amante de mirada enfurecida a punto de explotar… Convertido hace tiempo en director de actores (un requisito que muchos improvisados y empíricos se empeñan en obviar) gracias a su faceta como director teatral, la producción citada es la mejor de sus elucubraciones al respecto donde se revela un sobresaliente sentido del timming, oficio pulido a base de esfuerzo y trabajo.

En lo personal, agradezco que la característica urbanística defeña no haga su aparición y se haya optado por trasladar la acción a la ciudad de La Piedad, Michoacán, abriendo con una hermosa panorámica y será la única postal turística que se apreciará a lo largo de una historia exasperada y violenta. Esto que pareciera una minucia, sin embargo le brinda frescura, credibilidad y densidad al drama de un ser atormentado por los celos y por la traición de una mujer de cascos ligeros.

Quizá los únicos reparos que incomoden al espectador sean las escenas que tienen que ver con un erotismo disimulado y no sea todo lo convincente que se requiere, amén del estilo vocal del intérprete que remite ipso facto a León Larregui de Zôe; pecados veniales que no afectan de gravedad al conjunto. En una forma de expresión donde la violencia brilla por su ausencia a causa de autocensuras o mojigaterías y si llega a estar presente se recrea bajo la representación de una metáfora, inquieta la visceralidad de las acciones no obstante su resolución sugerida. Finalmente León Calleja es de esos directores que con muy poco, sacan a flote toda la creatividad logrando productos por encima de la mediocridad local…

 

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