“Conque esto es el fracaso”, el sabor de la derrota, eso hemos pensado muchos de nosotros en nuestra vida. Desde ser rechazado por una mujer, reprobar un examen, sentirse desolado, o que tu plan de vida no se logre (por decir algunos), el fracaso es un elemento humano que estará para cada uno de nosotros mientras seamos seres pensantes y titubeantes. Las películas por lo general tratan de retratar un mundo donde este elemento humano no existe al final de la película, o con la intención de que salgas con el estado de ánimo en las nubes y positivo ante todo. Si hay un trabajo que retrata con agudeza este sentimiento, y no deja descansar a su audiencia, es “Como plaga de langosta” (o El día de la plaga).

La película abre con una vecindad de Hollywood en un acalorado día por allá en los años 30’s, vemos que los aspersores tratan de calmar el punzante clima mientras una mujer está tomando el sol. Tod Hackett (William Atherton) es un joven que por pasión tiene el pintar y tomar fotografías, él quiere enfocar estas pasiones en el mundo de Hollywood, y queda encargado como el diseñador de set de una película sobre la batalla de Waterloo. La otra pasión que Tod tiene, surge al momento de mudarse a esta vecindad; Faye Greener (Karen Black) es una mujer que se dedica a ser extra en las películas y con aspiraciones a ser actriz en este mundo con incertidumbre de la guerra y la economía, ella sabe que Tod tiene sus ojos puestos en ella, pero esta mujer se debate entre el cuidado de su padre Harry (Burguess Meredith), las atenciones y regalos que Homer Simpson (Donald Sutherland), un hombre penoso y con complejos le empieza a dar, y cualquier hombre que se le cruce

El tema principal de “Como Plaga de Langostas”, es el fracaso: fracaso ante el amor, ante las realidades del trabajo, ante el peso de una adicción, fracaso de la manera más cruel y honesta que podemos presenciar y el miedo que tenemos ante esta situación; los personajes se mueven y tratan de seguir sus vidas a pesar de sus fallas y sueños frustrados, en este mundo no hay ni buenos ni malos, no hay blancos ni negros, solamente personas con inmensas fallas…. como nosotros. Todo esto narrado de una manera onírica y poco convencional, donde el mundo que nos rodea es uno lleno de glamour y falso, donde los aspersores de agua y las luces forman nubes para los paisajes que vemos llenos de incredulidad, sean momentos normales, o aquellos que están llenos de un sentido completamente abstracto, me atrevería a decir que varias imágenes le debieron de haber servido  de inspiración a David Lynch para sus posteriores películas.

 

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Una versión moderna de la Venus de Botticelli.

 

La que llama primero la atención, y por la que se desenvuelve toda la película es Karen Black, esta fue una de sus primeras películas y qué deleite de personaje nos otorga. Faye es una guera estúpida, que no sirve para nada, mucho menos a la hora de actuar, se la pasa soñando con un mejor mañana sin esforzarse y haciendo de la vida de su pobre padre alcohólico un infierno. Este personaje captura toda la esencia que miles de escritores han planteado como “belleza de barrio” es decir, la mujer asediada por donde quiera que esté por hombres dispuestos a seguirle el juego, no siempre resulta ser la mujer más bella de la historia, pero es lo que hay, y siempre con una actitud virginal de conveniencia a sabiendas de lo ellos buscan de su cuerpo. Comprende esta situación, y por orgullo o por simple malicia, se vuelve el amor imposible de nuestro personaje principal.

 

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Hacer quedar como una guera odiosa y que actúa pésimo no es trabajo fácil, pero Black lo hace con maestría.

 

Esta diosa de sonrisa derrite hombres y ojos extraños se vuelve más odiosa cuando presenciamos el maltrato cual perro que recibe Homer Simpson. El personaje (que no tiene relación con el Homero que todos conocemos) es uno de los más patéticos que hayan aparecido en la pantalla grande, y es interpretado con maestría por el criminalmente ignorado Donald Sutherland. Sutherland entrega un papel memorable, donde lo vemos con sobrepeso, con un corte de pelo feo, unos dientes que sobresalen en ocasiones, y un personaje casi autista, donde se entrega con fervor a su diosa, le cocina y le cumple sus caprichos de manera amorosa muy a pesar de que esta lo rechace, se vuelva violenta contra él, coquetee con otros sujetos frente a su nariz y nunca se entregue de manera sexual. La parte donde Homer le llora a Tod (o “Tody”, como le dice con cariño muy a disgusto del otro),  porque su amada se entregó a una vida de lujuria sin él, y este todavía se culpa de los pensamientos malsanos que tuvo durante todo este tiempo es desgarradora, al igual que el desenlace del personaje.

 

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Quizás sea el único caso que recuerde, pero por desgracia el filme no ha recibido el tratamiento de restauración y cuidado que se merece, y aún así el trabajo de fotografía de Conrad L. Hall es soberbio. Cada encuadre tiene un gran trabajo de iluminación, y composición (y una simbología muy notoria) que aunado al aspecto malgastado y casi de televisión que incidentalmente tiene le da un aspecto único. Es entonces cuando te das cuenta de que en ese elemento resalta toda la película: es un diamante en bruto, en el olvido total, demostrando su calidad a quien se le acerque

Todavía recuerdo esa noche que vi por primera vez Como plaga de Langostas, en la cocina un buen viernes por la noche, y fue justamente en el final, el célebre final del que todos hablan y pocos han visto. En uno de los actos finales más escabrosos  y violentos de la historia, comprendemos el por qué del título, y la idea de “la década de Oro” de Hollywood se derrumba frente a nuestros ojos. Rescatemos del olvido y del desconocimiento a una obra capaz de hacernos reir, llorar, y al final de todo, hacernos sentir con un vacío en nuestro cuerpo, han tomado nuestras vísceras y las han escupido frente a nosotros, nos han hecho recordar, lo que es ser humano, nos han asqueado de una forma elegante.

 

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