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I LOVE ROCK & ROLL…/ Por: Gerardo Mares

El affaire que se ha establecido durante el transcurso de los años entre el cine biográfico y la música rock puede calificarse como amasiato. Esta especie de amour fou parte del hecho que ambas expresiones no pueden ser más disímbolas: mientras la recreación cinematográfica llamada “Biopic” casi siempre está agobiada por un tono políticamente correcto (demasiado  respeto  por  sus  personajes  aludidos,  exacerbación  de  un  tono  dramático  como  registro  enaltecedor,  morosidad  o  franco  ocultamiento  al  momento  de  cubrir  aspectos  escabrosos  en  la  vida  de  los  biografiados); por el contrario, al rock de finales de los setentas todavía se le podía insuflar ciertos ánimos anárquicos,
contraculturales e incluso calenturas de corte sicalíptico; por supuesto, antes de que esta vertiente sónica se convirtiera en la industria mezquina de nuestros días.

A pesar de esta transformación, dentro de un imaginario construido con cierto candor, no es raro que el cine se permita recrear nostálgicamente una época arrasada por la dura transición de una sociedad post bélica en crisis existencial hacia el consumismo insaciable de la década de los ochenta; periplo de la que se pudieron salvar algunos iconos redimidos por varias películas herederas del Music  Hall, filmes entre los que
destacarían por atreverse a mostrar un poquito más de lo permitido Great Balls of Fire (Jim McBride); The Doors (Oliver Stone); o en caso contrario, una idealización llevada hasta el extremo en La Bamba (Luis Valdez) y que alcanza a salpicar la odisea de un joven reportero en Casi Famosos (Cameron Crown).

Así, el propósito de documentar el ascenso y caída de un grupo de punkettes y surgido literalmente de los tambos de basura de la escena underground, se puede percibir a estas alturas, reiterativo; aunque el asunto no carece de interés. En un mundo donde se emanaba harta testosterona por medio del furor dionisiaco y los riffs endemoniados de liras eléctricas, Kim Fowley se atrevió a erigir The  Runaways, un quinteto de fugaz trayectoria a finales de la década de los setenta y cuya producción discográfica se redujo a tres LP’s de estudio y algunas otras grabaciones en vivo.

Dirigida por Floria Sigismondi, una notable videoclipera de visión sobrecogedora cuyos trabajos más alabados son sus bizarras colaboraciones para el gótico espantajo conocido como Marilyn Manson; el filme se centra primordialmente en tres personalidades: el abusivo y esperpéntico Fowley; la talentosa compositora y sexualmente ambigua Joan Jett y Cherie Currie, cantante aún adolescente y que fue obligada a imprimir a su rol una personalidad sexualizada, entre cierta ingenuidad kitsch y fetiche porno.

Lo extraño es que a pesar de lo atractivo y apasionante de la historia, ironías de la producción industrial, las dos rockers implicadas en el proyecto fílmico lograron estampar un aire complaciente y desdramatizado que habla de la superficialidad en la edificación de estas
heroínas.

Y esa es la sensación que desprenden cada uno de los cuadros que componen The Runaways; se percibe a lo largo de este accidentado trayecto a la fama una sensación de artificialidad, de no atreverse a mostrar los hechos más incómodos; quizá debido a la inexperiencia de la realizadora y otra parte en la incorrecta elección de un par de “stars” juveniles que debido a su estatus de celebridades de moda, se impiden asumir ciertos riesgos histriónicos.

Al menos pueden presumir un increíble parecido en el aspecto físico, sin embargo, actrices de registros o matices limitados a excepción de
Dakota Fanning, quien logra imbuir un cierto pathos en el deambular de su Cherrie Bomb menospreciada por todos debido a su nula preparación musical. Inmersas en un ambiente edulcorado de supuesto sexo, drogas y rock & roll a pesar del tremendismo de dos que tres secuencias, los realizadores prefieren concentrar su interés para describir a

un rufián en las diferentes formas de abuso y explotación del impresentable productor musical, rompiendo esporádicamente con la tibieza generalizada que hace parecer estos excesos orgiásticos extraídos de una producción del maravilloso mundo del color del tío
Walt, inverosimilitud debido probablemente a la férrea supervisión de Miss Jett en labores de producción ejecutiva que como no queriendo la cosa, le echa un ojo al pulido de su imagen; otra parte al desabrido libro escrito por la rubia estelar y sobre todo a la aplicación de aires diplomáticos por parte de las dos productoras para quedar bien con todos.

Grupo original prácticamente desconocido en nuestro país, es sintomático que este filme a todas luces menor, termine reafirmando esta misma apreciación sobre sus figuras epónimas al musicalizar un epílogo para el lucimiento de las dotes artísticas de Joan Jett, con dos rolas de su sobresaliente carrera en solitario: I love rock & roll y el cover Crimson and Clover…

The Runaways/ D: Floria Sigismondi/ G: Floria Sigismondi basado en el libro “Neon Angel: The Cherie Currie story” de Cherie Currie/ F en C: Benoît Debie/ E: Richard Chew/ M: Lillian Berlin/ Con: Kristen Stewart, Dakota Fanning, Michael Shannon, Stella Maeve, Scout Taylor-Compton/ P: River Road Entertainment, Linson Entertainment. EUA. 2010

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